Aschenputtel, Cendrillon, Cinderella, Cenerentola,
Cenicienta… ¡Si ya nos lo sabemos de memoria!, diréis. Y no os quito razón ninguna. No, no os voy a contar la historia de nuestra
Ceni querida. ¿O sí?
Quizás la versión más conocida sea la del
francés Charles
Perrault (Cendrillon ou La
petite pantoufle de verre), por eso de que Disney la incluyó dentro de su lista de ‘cuentos de hadas y princesas’ en el año 1950. La de Perrault es
una adaptación amable y sutil, rescatada de la tradición oral, que muestra el
lado más encantador de esta mítica historia que tantas veces ha sido
contada.
Sin embargo, el relato de los hermanos Grimm (de 1812) es algo más
cruel y salvaje, con un pajarillo que concede los deseos de la niña que llora
sobre la tumba de su madre y una sádica madrastra que mutila los dedos de los
pies y los talones de sus hijas para poder calzarlas bien el zapato. El hada,
la calabaza y el final feliz se lo queda Disney, pues en la adaptación alemana la madrastra y
las hermanastras son condenadas a muerte.
Estas son sólo dos de las muchas
versiones que se conocen en las diferentes
culturas. Se dice que la más antigua
apareció en Persia, y que luego se extendió a Grecia, Roma y más
tarde Europa. Dentro de las más de 600 interpretaciones de la historia, podemos encontrar la versión china de Yeh-hsien
que tenía como protector a un pez
dorado mágico, o versiones con unas cenicientas mucho menos
recatadas y más despiadadas, como en la
italiana, en la que cenicienta le rompe el cuello a la madrastra o la egipcia,
que convierte a Cenicienta en una concubina del faraón.
Pero hoy os quiero contar una versión
mucho más ‘burlona y divertida’, y lo hago de la mano de Roald Dahl. ¿Os suena, verdad?. Los
Gremlins (1943), Charlie y la fábrica
de Chocolate (1964) o Matilda (1988).
Sin duda, uno de los mejores escritores de relatos ‘para todos los públicos’.
En Cuentos en verso para niños
perversos (1982), Roald Dahl reinventa seis de los cuentos populares
más famosos que conocemos, volviendo de algún modo a recuperar la perversidad
que tenían muchos de estos clásicos en la tradición oral, con versos traviesos e inesperados, que parodian el “vivieron
felices y comieron perdices”, mostrándonos a unos personajes que poco tienen
que ver con la visión a la que estamos acostumbrados de niñas y princesas inocentes
y desvalidas.
Una satírica Blancanieves, que se convierte en el ama de llaves del edificio
donde viven unos enanitos adictos a las apuestas; Caperucita Roja es una psicópata francotiradora que colecciona abrigos de piel de lobo, nuestra Cenicienta, termina siendo la esposa de un fabricante de mermelada y
el príncipe… ¿El príncipe? bueno, mejor lo comprobáis vosotros mismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario